viernes, 26 de julio de 2013

EL TREN DE LA ETERNIDAD


“¡¡¡Que horror!!! ¡¡¡Que horror, Dios mío!!!”

Era el grito de angustia de un hombre, ante las terribles escenas del descarrilamiento ayer 24 de julio, cerca de Santiago de Compostela.

Se dice que “ojos que no ven, corazón que no siente”. Y es cierto, no vivimos igual las cosas cuando las presenciamos que cuando nos las cuentan o las vemos en el telediario. Podemos incluso estar disfrutando de la hora de la comida, y ni inmutarnos ante escenas de cuerpos ensangrentados transportados en camillas improvisadas en algún lugar de oriente, llantos, gritos, disparos, bombas, o niños rodeados de moscas comiendo alguna ración diminuta en un recipiente malsano.

Pero el grito de agonía y la mirada de desesperación de ese hombre han sido nuestros ojos y nuestro corazón en aquel lugar dantesco de muerte y sufrimiento. Y por supuesto surge la pregunta que todos queremos saber: ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo descarrilar un tren tan sofisticado en la era de la tecnología y causar la muerte de 80 personas (hasta el momento) y más de 100 heridos (unos 30 muy graves)?

La respuesta es… error humano. Al parecer, el maquinista debía de haber reducido la velocidad al llegar a un tramo anterior a la curva donde se produjo el accidente. Pero no lo hizo, por lo que llegó a la curva a 190 km/h, cuando la velocidad máxima permitida allí es de 80 km/h. Las imágenes son desgarradoras – es más que evidente que el tren iba demasiado rápido para pasar la curva, y el descarrilamiento parece sacado de una película de Steven Spielberg.

Pero no es ninguna película – es la vida real. Y son las consecuencias reales de no obedecer las señales de tráfico que los ingenieros habían establecido para la seguridad de los ocupantes del tren. Si se hubiera respetado esa señal de tráfico, hoy no sería un día de luto en Galicia y en toda España.

Sin embargo, antes de sentenciar al maquinista que cometió el fallo, me pregunto si nosotros no estamos cometiendo el mismo error que él. Se puede decir que nosotros somos el maquinista del tren de nuestra propia vida. Y Dios ha puesto señales en el recorrido de nuestra vida, para que nuestro destino sea precisamente eso, LA VIDA!... LA VIDA ETERNA!... LA VIDA ABUNDANTE!

Nuestro destino final era la muerte. La biblia dice:
 

“Porque la paga del pecado es muerte, más la dadiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23)
 

Ese era nuestro destino. Pero Dios levantó en nuestro camino una señal con forma de cruz. Una señal que se elevaba al cielo, al trono de Dios, y extendía dos maderos, con unos brazos abiertos, para abrazar al mundo. Una señal con el Nombre de JESÚS, EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA (Juan 14:6)

 
Una señal luminosa como un faro, y más brillante que el más valioso de los diamantes, en la que están escritas las siguientes palabras que vienen del mismo cielo:
 

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)


Obedeciendo estas señales… nuestro destino será el cielo!!!!

 
Llevamos también muchos pasajeros con nosotros, porque nadie es una isla – hijos, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, etc. Y si vivimos nuestra vida ignorando las señales de tráfico que el Ingeniero del universo ha puesto a nuestra disposición (indicaciones que están perfectamente descritas en la Biblia), ¿cuál crees que va a ser el resultado?

 
Te insto amigo mío a conocer las pautas que Dios en su soberana sabiduría nos ha legado en su Palabra, y a obedecerlas, porque están allí para nuestro bien – para que lleguemos sanos y salvos a nuestro destino eterno. Así pues, no cometas el mismo fallo del maquinista que hoy tiene sobre su conciencia la muerte y daño de tantas víctimas. Tú decides si el tuyo es un tren de muerte, o un tren de vida.